El entorno del hospital regional universitario Juan Pablo Pina ha sido convertido en un mercado donde se realizan todo tipo de operaciones comerciales: paradas de taxi, de motoconcho, venta de ropas, de comidas y frutas y de todo lo que se puede vender y comprar.
El frente de este hospital no escapa de los constantes taponamientos y bocinazos que son lanzados por decenas de motoconchistas y guaguas que pasan por el lugar, mientras los vendedores ofrecen sus mercancías sin reparar que están dentro de un área en la que se debe guardar silencio.
“La tranquilidad aquí desapareció”, dijo el médico Enrique González, jefe del departamento de Cardiología de este centro de salud, al preguntarle sobre las dificultades que genera esa situación.
González señaló que el constante ruido en los alrededores del hospital dificultan la recuperación de los pacientes que sufren de algunas dolencias cardíacas, debido a que los mismos deben estar en un ambiente de tranquilidad.
Todos los negocios están ubicados en las entradas de emergencias y cuando se presenta algún tipo urgencia, no hay forma de controlar la avalancha de personas que acuden a verificar al paciente que ha llegado poniendo en dificultades a los médicos que se desenvuelven allí.
Los mercaderes generan una gran cantidad de desperdicios que son lanzados al pavimento y en muchos casos, las motocicletas usadas para brindar transporte en el lugar son colocadas dentro del área que pertenece al hospital.
Ese tipo de actividad también genera violencia en personas que en ocasiones han llegado a amenazar a médicos y a enfermeras que atienden las emergencias, demandando que sus pacientes sean atendidos primero.
En los alrededores del hospital no hay un solo miembro de la Policía Nacional ni de ninguna otra autoridad que pueda controlar a los cientos de vendedores que se arremolinan en los frentes del referido centro de salud.
Juana Matos, una madre del sector Canastica, denunció que cuando fue a visitar un familiar enfermo al hospital Pina, fue despojada de su cartera por dos delincuentes que merodeaban por la zona.
La señora dijo que ella creyó que eran personas que laboraban en los negocios del lugar, pero la amenazaron con un filoso cuchillo para quitarle sus pertenecías y no apareció un solo policía para ayudarla.
De Domingo Uribe
San Cristobal
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