Hace unas semanas, esta mujer se detuvo, como siempre, en una tienda de la calle Martinsburg Pike. Ahora nunca olvidará esa dirección. Quería comprar dos billetes de lotería y ya tenía los números pensados:
“Los elegí según el aniversario de mis padres y sus edades en la actualidad, todo ello dividido por el año en el que se casaron”, ha explicado más tarde. “Adoro los juegos de azar y juego cada vez que me lo puedo permitir”.
Fike se guardó los números en el bolso y siguió con su vida diaria. Hasta hace un par de sábados, el siete de abril, cuando se leyeron los ganadores. Ella estaba en el hospital, haciéndole compañía a su madre.
Lo vio en la televisión: nadie había ganado el premio gordo, el de los 80 millones de dólares, pero sí había dos ganadores de un millón por acertar los primeros cinco números. Le bromeó a su madre, “¿No sería curioso que los dos fuesen nuestros?”.
Pero no debió prestarle mucha más atención al asunto porque se fue a la tienda de la esquina a comprarle a su madre el Washington Post. Unos días después, llamó al centro de atención al cliente de la lotería de Shenandoah Valley y fue cuando su vida cambió para siempre. Cada uno de sus boletos valía un millón de dólares.
“Debo de estar soñando”, reaccionó la millonaria más reciente de Virginia. “Solo quiero cuidar de mis padres y pagar algunas facturas”. No especificó, eso sí, de qué tamaño eran esas deudas.
Hace unos días, Fike recibió su dinero, en una ceremonia en la misma tienda de la calle Martinsburg Pike. La administración, por cierto, también ha sacado tajada: se lleva un extra de 20.000 dólares (15.200 euros) por haber vendido tan magnos boletos.
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