29 de octubre de 2015

Mujer dominicana invierte el 12% de su sueldo en belleza

Para la mujer criolla, invertir en el cuidado de su cabellera, sus manos y sus pies es parte de su rutina, sin importar al estatus socio-económico al que pertenezca. 

Esto quedó evidenciado en un estudio sobre los salones de belleza en la República Dominicana realizado por el antropólogo norteamericano Gerald F. Murray y la socióloga dominicana Marina Ortiz, quienes llegaron a la conclusión, en su libro “Pelo bueno, pelo malo”, que hablar de belleza en Quisqueya, llega a otro nivel.

La esencia de la mujer es ser coqueta. Es parte de nosotras sentirnos y vernos bien. 

En el caso de las féminas dominicanas el interés por mostrar una imagen pulcra, podría decirse es parte de nuestra idiosincrasia, ya que la mayoría (por no decir todas), suelen pasar gran parte de su tiempo “sumergidas” entre el humo que generan los blowers, el ruido de las secadoras de cabello, los olores fuertes de los químicos del tinte y el alisado de pelo; además de las máquinas pulidoras de uñas postizas y otros aromas procedentes de este proceso con el que se busca tener uñas perfectas y manos delicadas. Todo, parte de la maquinaria que mueve la industria de la belleza local, ya sea formal o no.



Según los datos reclutados, en el país existen alrededor de 55,000 centros de belleza (esto, sin contar los lugares especializados en uñas y los spas de lujo). De acuerdo con Francisco Abreu, Director Ejecutivo de la Asociación Dominicana de Propietarios de Centros de Belleza, y quien concuerda con el estudio realizado por Murray y Ortiz, este tipo de negocios es solo superado por los colmados, pero la producción de los salones supera al de los colmados.

Y no es para menos, ya que según Murray y Ortiz, estas empresas atraen el 12% del sueldo que ganan las mujeres, sin importar sus ingresos.

Por su parte, Abreu, explica que en los salones destinados a la clase C, la mujer suele acudir una vez a la semana al salón, donde el lavado y secado ronda los RD$150; mientras que arreglarse las manos y los pies (por lo menos, una vez al mes, ronda entre los RD$200 ó RD$300). Por lo que en un mes gasta un promedio de RD$800.

Sin embargo, al calcular la inversión que hace la mujer de clase A-B, las cifras aumentan vertiginosamente. 

“Las consumidoras que pertenecen a este renglón y que se mueven en el casco urbano de la ciudad, suelen gastar por el lavado y secado del cabello un promedio de RD$400 a RD$500 pesos; en manicure y pedicure de RD$300 a RD$400 (cada proceso); y si se realizan procesos químicos en el cabello, como tintes, tratamientos profundos o desrizados, unos RD$1,800 a RD$2,000 por proceso”, explica Abreu.

Esto quiere decir, que una mujer de clase media-alta, preocupada por su cuidado personal, como mínimo gasta al mes, unos RD$6,000. Pero esto no se queda ahí, el costo de darle mantenimiento a la cabellera, dependerá del largo de la misma. 

Aunque este parámetro no es muy común en los salones clase C, en los salones A-B es común medir a la distancia la longitud del pelo para darle un costo.

¿Quién regula estos precios?

Lo que nos hace preguntar: ¿existe algún tipo de reglamento por el que se deban establecer los precios de los servicios que realizan los salones de belleza? Según Abreu, a través de la Asociación Dominicana de Propietarios de Centros de Belleza, se realiza un sondeo del mercado en el que se toma en cuenta la oferta y la demandan de los productos de belleza y se analizan los costos de mano de obra para hacer una tabla de precios, y a partir de ahí, sugerirle a los propietarios y administradores de centros de belleza los precios por los que deben regirse.

“Esto se realiza cada seis meses y se les facilita a los interesados. Sin embargo, guiarse por estos precios no es una obligación”, comenta.

Hacer estos cálculos, más que un gasto, es visto como una inversión, pues las exigencias sociales-laborales hacen que las mujeres dominicanas tengan que mantener cierta imagen para ser aceptadas por una sociedad que busca ocultar su negritud, ya que si el cabello no está “lacio como los de un chino”, la mujer no se siente conforme.

Según Frank Moya Pons, prologuista del libro “Pelo bueno, pelo malo”: “en el salón adquieren vida todos los valores estéticos de una población que por siglos ha vivido tratando de desvincularse de sus raíces africanas, hasta llegar a constituir una comunidad mayoritariamente mulata que prefiere autodenominarse india y que busca blanquearse por medio del tratamiento del pelo”.  

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