2 de diciembre de 2009

Desayuno: ¿por qué es la comida más importante?


Por Dr. Salomón Jakubowicz

Suena el despertador y el cerebro empieza a preocuparse: “Ya hay que despertarse y nos comimos todo el azúcar que funcionaba como combustible”. El cerebro descubre la gravedad de la situación cuando la chica decide (equivocadamente) evitar el desayuno porque quiere bajar de peso con una dieta.

Llama a la primera neurona que tiene a mano y manda mensaje a ver qué disponibilidad hay de azúcar en la sangre. Desde la sangre le responden: “Aquí hay azúcar para unos 15 a 20 minutos, nada más”.

El cerebro hace un gesto de duda y le dice a la neurona mensajera: “De acuerdo, vayan hablando con el hígado a ver qué tiene en reserva”. En el hígado consultan la cuenta de ahorros y responden que “a lo sumo los fondos alcanzan para unos 20 a 25 minutos”.

En total no hay sino cerca de 290 gramos de azúcar, es decir, alcanza para 45 minutos, tiempo en el cual el cerebro ha estado rogándole a todos los santos a ver si a la chica se le ocurre desayunar.
En la mañana las personas con sobrepeso están apuradas o no les provoca comer, así que el cerebro tendrá que ponerse en emergencia: ‘Alerta máxima: nos están tirando un paquete económico. Cortisona, hija, saque lo que pueda de las células musculares, los ligamentos y hasta el colágeno de la piel’.

La cortisona pondrá en marcha los mecanismos para que las células se abran cual cartera de mamá comprando útiles, y dejen salir sus proteínas. Éstas pasarán al hígado para que las convierta en azúcar. El proceso continuará hasta que volvamos a comer.

Como se ve, quien cree que no desayuna se está engañando: Se come sus propios músculos, se autodevora. La consecuencia es la pérdida de los músculos y un cerebro que, en vez de ocuparse de sus funciones intelectuales, se pasa la mañana activando el sistema de emergencia para obtener combustible y alimento: empiezan los síntomas de falta de energía y depresión.

¿Cómo afecta eso nuestro peso? Al comenzar el día ayunando, se pone en marcha una estrategia de ahorro de energía, por lo cual el metabolismo disminuye. El cerebro no sabe si el ayuno será por unas horas o por unos días, así que toma las medidas restrictivas más severas. Por eso, si la persona decide luego almorzar, la comida será aceptada como excedente, se desviará hacia el almacén de “grasa de reserva” y la persona engordará.

La razón de que los músculos sean los primeros utilizados como combustible de reserva en el ayuno matutino se debe a que en las horas de la mañana predomina la hormona cortisona que estimula la destrucción de las proteínas musculares y su conversión en azúcar. En vez de ser convertidos en azúcar los músculos deberían obtener el azúcar y calorías ingeridas con los alimentos.

Lo peor ocurre cuando llega la tarde justo antes de quedarnos totalmente sin azúcar. El cerebro, antes de perder los ahorros de energía, decide provocar ataques de hambre y aumento del apetito, llevando a sentir intensos deseos por alimentos dulces y sin poder evitarlo empiezan a comer con ansiedad todo lo que encuentran a su paso llevando a engordar otra vez.

Por último, como los alimentos ingeridos con ansiedad en la tarde y la noche provocan que en la mañana del día siguiente no desee comer el desayuno, volviendo al principio de este círculo vicioso.